lunes, 2 de marzo de 2009

El guión es como la muchacha fea

Me encontré con este ensayo acerca del dilema guionista/director de Raquel Castro, guionista y periodista ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional de Periodismo, en la Revista Replicante y me gustaría compartirlo con ustedes. Me tardé un poco en subirlo porque no lo encontré completo para postear el link y me tomé la libertad de transcribirlo. Más vale tarde que nunca dicen por ahí.

El guión es como la muchacha fea

¿Quién es más autor de una película, el guionista o el director? Esta es una pregunta falsa, como verán.

El guión es como la muchacha fea: a nadie le gusta, pero todos le meten mano.
FERMÍN CABAL, guionista español


La ruptura de la mancuerna González Iñárritu-Arriaga es, probablemente, el divorcio más publicitado del cine mexicano desde el de Jorge Negrete y María Félix. Y todo parecía indicar que el director y el guionista eran una pareja feliz: sus tres retoños (Amores Perros, 21 Gramos y Babel) parecían prueba gloriosa de ello. Ya se ve: las apariencias engañan, e incluso una relación así de fructífera puede llegar a su fin, periodicazos incluidos.
No es raro que una pareja creativa se disuelva: uno de los casos más sonados en la historia del cine es la de Salvador Dalí y Luis Buñuel, quienes, por cierto, incluso antes de su rompimiento definitivo tuvieron cierta discusión acerda de Un perro andaluz (Dalí declaró en más de una ocasión que el guión de Un perro... era de su total autoría y que Buñuel solo había contribuido con detalles). Peroen este caso, como en el otro, llegaremos tarde o temprano a la difícil pregunta: ¿de quién era realmente la película?
El punto de vista simplificador dice que el cine es imágenes y que todo lo demás está de más. Pero es como decir que la danza es sólo movimiento y que da lo mismo ver El lago de los cisnes que El cascanueces. La historia importa. Aun en los albores del cine, películas con argumentos cortos y relativamente simples, como El regador regado, gustaba más al público que las escenas sin progreso dramático, como Obreros saliendo de la fábrica Lumière. Nos gustan las historias: queremos que, además de las imágenes sorprendentes, “pase algo” en la película. Por eso ha sido una constante en el cine la relación con la literatura,la búsqueda de cuentos y novelas para adptar a la pantalla.
Pero aún no se contesta la pregunta. ¿Es el guionista el autor de la película? Akira Kurosawa solía decir que “con un mal guión, ni el mejor director del mundo puede hacer nada”. Y el guionista es autor de la trama, de la historia que se cuenta, aunque es necesario reconocer que una película tampoco es únicamente eso: a diferencia del novelista, cuando el guionista pone el punto final no se encuentra frente a un producto terminado, listo para llegar al público. Como dice el guionista francés JeanCalue Carriéré, el guión concluído a penas está por someterse a un proceso de metamorfosis, en el que intervienen muchas manos y visiones (las de más peso son las del director y el productor) y sólo como resultado de esta transformación surgirá la película.
Sin embargo, este hecho parece oscurecer la importancia del guionista y hasta alentar la creencia de que cualquiera que sabe escribir su nobre o teclear más o menos rápido en un chat es capaz de escribir un guión. (O más todavía: que es capaz de escribir un buen guión.) A veces da la impresión de que todo mundo cree tener los elementos para meter mano en el trabajo del guionista: agregar personajes, quitar referencias, inclur anécdotas o discursos que “exalten” tal o cual valor...
La discusión está mal planteada desde el principio: no se trata de negar la importancia del director (como Inárritu eligió entender el reclamo de Arriaga), sino de insistir en hacer visible el trabajo del argumentista. Que haya un pago justo por la escritura de la histora, que se reconozca la autoría, que nos hagamos a la idea de que no todo el que sabe usar la cámara sabe escribir una trama lógica e interesante o diálogos inteligentes y creativos; por todo esto que válido y hasta saludable que se reconozca que se necesta de la ayuda de un gionista. Como hacía Buñuel.
Hay dos obstáculos en el camino a esa meta: una mala idea de los realizadores y el buen oficio de los guionstas. La mala idea es la de que todo realizador puede ser un auteur (es decir, puede realmente “hacer la película” sin la intervensión de nadie más). El buen oficio causa el fenómeno del “zurcido invisible”, presente en los guiones bien escritos: mentras mejos escrito esté el guión, menos se notará la mano del guionista en elresultado final y, desde luego, el peso de su trabajo.
¿Se puede dar un mayor crédito al trabajo del guionista? Es posible. Al menos en Europa, las asociaciones de guionistas están realizando esfuerzos en esa dirección. Otra señal halagüeña es la proliferación de cursos y seminarios para la formación de guionistas. ¿Dije halagüeña? Perdón: es un arma de doble filo. Me explico.
En Ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002) lo real (la existencia de Charle Kaufman, el bloqueo por el que pasaba, la encomienda de adaptar una “novela” sobre flores en las que apenas ocurre nada) se mezcla con lo imaginario (el hermano gemelo que quiere ser guionista, las situaciones de vida o muerte). También aparece un personaje impresionante: un gurú del guión, agresivo, carismático y muy seguro de sí mismo, que llena auditorios y promete enseñar en tres sesiones el arte de escribir un guión que se convertirá en gran éxito. ¿Qué será lo más sorprendente? ¿Que se pueden llenar auditorios con gente que desea ser guionsta, a pesar del poco reconocimiento y los malos sueldos? ¿Que haya quienes crean que en un fin de semana se puede aprender todo lo relativo a la escritura de argumentos de calidad? ¿Que el personaje en cuestión, Robert McKee no es un invento de Kaufman, sino un auténtico motivador profesional/teórico del guión? ¿O que el verdadero MacKee no se da por ofendido con la anera en que se le retrata en la película, al grado de incluír ésta en la publicidad que hace a sus cursos?
Así es: McKee siempre de gira, imparte su popular seminario “Historia” a un costo de 545 dólares y su anuncio, a plana completa en todas las revistas especializadas en escritura de los Estados Unidos, incluye el cartel de Adaptation y la leyenda “¡Como lo vio en Ladrón de orquídeas” Segú dice McKee, lo que lo hace distinto de otros gurús que se dedica al mismo negocio es que él no dicta pasos ni reglas, sino “principios” que pueden o no seguirse, pero que, de atender, llevarán al guionista directo a la fama y la fortuna. Imagio que McKee no ha escrito ningún guión para cine (y sólo tres para televisión) precisamente porque ya encontró la fama y la fortuna.
A esto me refiero con el cliché del arma de dos filos: por una parte, es obvio que el éxito absoluto no alcanza a todos los que asisten al seminario de McKee o de alguno de sus colegas (Syd Field, Doc Comparato y Linda Seger están entre los más famosos... y no, tampoco ellos han escrito prácticamente nada para cine o televisión); por la otra, cada vez hay más personas dispuestas a aprender sobre guionismo y como resultado colateral, a darse cuenta de que no basta con tener buenas ideas (y 545 dólares) para escribir una buena película.
Quizá en unos años el guionista vuelva a ser considerado un elemento importante en la cinematografía. Quizá entonces el guión deje de ser visto como la muchacha fea, y en cambio se aprecien sus propios esplendores.

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